Felicitar el año nuevo es tradición, y no está de más, pero este fin de año podemos intentar ser conscientes de una cosa: en realidad cada día es único e irrepetible. Cada instante no volverá a suceder jamás. No deberíamos necesitar una fecha clave en el calendario que nos recuerde que el tiempo pasa y que no deberíamos echarlo a perder. Enero es el mes de los propósitos y sin embargo nada impide que emprendamos nuevos retos en mayo; igual hasta sí los cumplimos.
Recordemos que nunca habrá otro 2014, pero que tampoco habrá ningún otro 31 de diciembre de 2014, ni de 2015, ni de cualquier otro día específico de cualquier otro mes concreto en determinado año.
No nos vamos a acordar todos los días, pero no estaría mal levantarnos cada mañana y pensar: "este hoy es único, así que este hoy es especial y, por ello, voy a intentar ser el mejor yo; voy a intentar ser feliz". Y probablemente lo seamos. Este tipo de cosas son el camino y no la meta, de modo que intentarlo, y no el hecho de llegar, es conseguirlo.
Yo no os deseo un feliz 2015, sino que deseo que cada día de los días que nos quedan seáis el mejor vosotros que podáis, y que eso os haga felices. Que esa confianza en la vida y ese pensamiento optimista os lleve a la "simple tontería" de sonreír, y con ello el mundo parezca un sitio más acogedor, más humano. En fin, un lugar mejor.
Felices días.
Feliz vida.
The fundamental things apply as time goes by...
And when two lovers woo they still say "I love you", on that you can rely. No matter what the future brings as time goes by.
El ambiente se reseca y el frío se apodera del aliento. La sangre está pensando, y el poco aire que le llega es tan gélido que la colorea de temor. Si antes recorría vías claras de manera sistemática, ahora le cuesta salir del corazón, sin saber adónde va. Un corazón arrítmico, rebelde y esclavo. “Dónde esta, dónde está” es todo lo que retumba en su seno. “Qué hago, qué hago” es todo lo que se deja pulular por esa mente en blanco que dejó de ser capaz de razonar, desde que entró por la puerta.
La realidad se distorsiona: la rectitud de las paredes baila, los sonidos se aclaran, el suelo tiembla y el aire pesa. Las palabras se amontonan en mi boca y mis ojos se pierden en la neblina que domina el momento. Hay agua por todas partes, y aún así rodea un completo desierto. Un desierto sin arena, vacío de vida y lleno de preguntas, empapadas de duda y de cuestionable determinación. “Hacía dónde voy” se dicen los ojos, que desean evitar esa luz.
Fue cuestión de un momento, un simple instante. Al final siempre se trata de eso. Uno, dos segundos claves en que la percepción del mundo cambia radicalmente. Uno, dos segundos que lo cambian todo. La forma que tuvo de girarse, cómo pronunció esa palabra, el gesto que hizo con la mano o cómo te miró.
Y entonces los días empiezan a vaciarse y las noches a llenarse. Llega el olvido de la mano de la obsesión, el miedo de la mano de la esperanza y la preocupación de la mano de la fuerza. Te miras en el espejo y reconoces al ser más desgraciado del mundo, capaz de hacer cualquier cosa, lo que sea, cuando sientes sus ojos sobre ti. Ese pobre y asqueroso espectro podrido al que le han salido alas desde que tuvieron lugar esos uno o dos segundos.
Juro por Dios que cuando sonríe el mundo se para en seco. Y mi mundo se convierte en el suyo. Se convierte en él. Las dificultades se desvanecen porque pocas cosas empiezan a importar ahora. Hoy sólo quiero saber por qué brilla el sol, por qué me duele el alma, por qué no puedo elegir y por qué él y no yo.
Aún es pronto para pronunciarse. Pero aún es tarde. Ahora es tarde. Porque ya llegaron las preguntas, y siempre que hay una interrogación el instinto va a buscar, hasta quemarse, un punto y final.
La unión está en la diferencia que se complementa. Si tienes esta sensación, es porque has encontrado lo que te completa. Lo buscaras o no, prepárate, porque ha llegado el momento en que te vas a destruir día tras día hasta quedar en polvo, sólo para que cuando por fin consigas perder la consciencia aparezca su imagen en tu cabeza y te recuerde por qué de pronto tienes esperanzas de un mundo mejor. ALMU
¿Sabes lo
que es el autismo? ¿Conoces a alguna persona que lo padezca, ya sea autismo en
sí o trastornos similares?
Independientemente
de que tu respuesta a cualquiera de las dos preguntas, o a las dos, sea sí o
no, seguro que en esta entrada o en lo que te voy a recomendar con ella, te
toparás con algo que te interese, o que te deje con la boca abierta.
Documental
"El laberinto autista", de Documentos TV.
Todos
deberíamos, al menos, tratar de conocer qué significa realmente padecer estos
trastornos, y qué implicaciones conlleva. La desinformación generalizada acerca
de estos temas no crea sino un temor y un miedo absurdo fundado en el propio
desconocimiento hacia estas personas.
Que son eso,
personas. En muchos casos, más personas incluso que quienes no tienen
diagnosticado ningún trastorno. Concretamente y sobre este mismo punto, creo
que es muy ilustrativo el minuto 48'10", cuando un chaval de 11 años que
tiene Asperger, habla un poco sobre sus compañeros de clase. La mente lógica
que tienen ellos les lleva muchas veces a unos razonamientos que, sinceramente,
deberíamos saber hacer los demás. Yo tampoco entiendo la broma, ni le veo la
gracia Alberto...
Como siempre digo, si tienes un rato, échale un vistazo a este documental, que seguro te
acerca un poco más a cómo viven y cómo se sienten estas personas. Sin duda,
creo que no somos conscientes de lo muchísimo que podemos aprender con ellos,
ni somos conscientes tampoco de lo felices que podemos ser a su lado.
"Sí que sabe cuando quiere
que le den un achuchón."
Marina Prieto, madre de Adrián,
autismo severo, 8 años.
"Es muy inflexible. Él, si
quiere jugar a una cosa, tiene que jugar a lo que él quiera, como él quiera con
las normas que él quiera. Entonces, claro, la relación con los demás se
complica cuando las cosas tienen que ser siempre como tú quieras."
Almudena Prieto, madre de Sergio,
autismo leve, 12 años.
"Tuve muy claro desde el
principio que, una vez que conocí de verdad el síndrome, Virginia moriría con
él. Tenía que darle la mayor calidad de vida. Tuve clarísimo y mi familia
también que teníamos que adaptarnos nosotros a Virginia, y no Virginia a
nosotros."
Benito Junoy, padre de Virginia,
autismo severo, 44 años.
"A mí me resulta más
difícil, con un niño, hablar un rato y entender bien, entenderle bien, que, por
ejemplo, saber qué pasa en una fisión... Me parece más difícil entender al niño
que eso."
Alberto, síndrome de Asperger, 11
años.
"Me cuesta mucho mantener la
mirada en los ojos de una persona cuando me habla, siempre se me va la mirada a
otro sitio. Después entender bromas, me gastan una broma y no sabría decir si
me lo dicen en serio o con mala intención. Yo eso no se verlo aunque me
esfuerzo por aprenderlo."
"Con la gente, su nivel
comunicativo es muy rápido y no siempre me da tiempo a captar lo que están
hablando."
"No me gusta el contacto
físico... Intento superarlo como puedo."
Cristina, síndrome de Asperger, 19
años.
"Se dice de las personas con
Asperger que son expertos en inteligencia física e inhábiles en inteligencia
social. [...] Junto a todo esto también hay dificultades de aprendizaje. No por
ser inteligente no hay dificultades de aprendizaje."
Juana María Hernández, psicóloga.
Cierro esta
entrada con una cita de un libro que narra, en primera persona, una historia
sobre un chico que padece autismo: "El curioso incidente del perro
a medianoche", de Mark
Haddon. El autor hace un buen trabajo poniéndose en la piel del protagonista,
Christopher, y emula bastante bien lo que se entiende que significa padecer el
trastorno.
"Puedes seguir deseando algo
por muy improbable que sea."
“La medición del tiempo
como necesidad pasó a ser una obsesión, y Cronos, con su ojo redondo con un
mallo clavado en el centro, llegó a ser, y aún sigue siendo, el gran vigilante
de las acciones humanas. El viejo dios que se come a sus hijos, el dios vicario
de una razón condenada a la infancia sigue teniendo tal importancia que se ha
convertido en el oculto enemigo de todos. Todos luchan contra él, mientras el
viejo invento de rostro borroso sigue mirando a Urano, haciendo latir
rítmicamente un corazón de polvo de estrellas.”
49 respuestas a la aventura del pensamiento, Eduardo Pérez de Carrera.
Si actualmente tendemos a convertir “necesidades” en
obsesiones, en el caso del tiempo
este hecho es cuanto menos notorio. Todo tiene una hora, una planificación o un
programa. Esto no es algo malo, no si se trata de usarlo en ciertos aspectos
que sí necesitan ser planificados.
Sin embargo, la obsesión por el tiempo nos está llevando a estructurar
absolutamente todo en base al reloj y, lo que es peor, al calendario. Nuestro
futuro, ergo nuestra vida, la estamos planeando, de manera que nuestro presente
consiste únicamente en el nexo entre pasado y futuro. Esto es, el ahora lo
vivimos tratando de encajar lo que hicimos ayer con lo que tenemos que hacer mañana.
Pero… ¿y nosotros? ¿Y nuestro cuerpo? ¿Y el “me
apetece”? ¿Y el “quiero”? Esta obsesión por el tiempo se traduce en una
obsesión por controlar absolutamente todo lo que nos rodea y lo que nos
rodeará. ¿Nadie más ve que es sencillamente imposible conseguir eso? ¿Nadie ha pensado que la frustración de no
alcanzar los horarios marcados y los planes establecidos es inevitable? No
podemos saber si no habrá interferencias en nuestros caminos, ya sean externas,
ya sea que no puedes terminar ese proyecto importantísimo porque te apetece darte una maldita vuelta, que nos impidan cumplir con esos “objetivos”.
La única forma de evitar esa impotencia y esa
frustración es eliminar el horario, el plan, la obligación que nos ponemos a nosotros mismos. El “take it easy”. La
planificación es necesaria cuando tenemos que hacer algo que no nos apasiona,
pues necesitamos una ayuda para ponernos con ello. El problema está ahí:
¿cuándo fue la última vez que hiciste algo que te apasionaba? ¿Cuándo fue la última vez que una tarea te
tenía tan absorto que no querías mirar el reloj, porque simplemente el tiempo
no parecía pasar?
“A veces el hombre se complace en la búsqueda de
sufrimiento mientras manifiesta su risa en la contemplación mezquina del miedo
ajeno. Y no pregunta el secreto del ruido que provocan los miedos. Pedid al ego
viejo, tantas veces enfermo, que os cuente a través del humo de un fuego apagado por qué asustan
los cuentos de encuentros del tiempo pasado con el presente.”
49 respuestas a la aventura del pensamiento, Eduardo Pérez de Carrera.
Las
piernas están cansadas de sostener un cuerpo lleno de vísceras y sangre de mala
calidad, harto de tener la respuesta y ser desoído, maltratado y fustigado por
no responder al estereotipo establecido –obligado, de alguna forma-, reducido,
por causa de la desesperación y la falta de tiempo, a mero motor de la acción
física.
Las
manos bailan cerradas en un puño que clama venganza y, a la vez, desea
agarrarse a cualquier soporte cercano. Pero la cabeza no entiende que ambas
pretensiones son incompatibles, porque falta el caso a los dedos, que
pareciendo insignificantes, son quienes tienen la salvación; dedos que señalen
el camino hacia la salida, que compongan la melodía en la flauta invisible que
guíe a las ratas fuera, tal y como en aquel cuento infantil (como si la vida
pudiera tratarse de un cuento).
Y
esa piel que se cae a cachos, ya que apenas hay fuerza en este cuerpo marchito
siquiera para sostenerla a ella.
El
pecho oprimido, aplastado, engañando a través de esa voluptuosidad, puesto que
en realidad está vacío porque no ama, atravesado por una ráfaga de viento que
lo empuja, cada vez más fuerte, hacia dentro, a esconderse tras la caja
torácica que acogerá la piedra gélida en que termina convirtiéndose el corazón.
Se
han ido las ganas de hablar, pero no las de transmitir, y esa boca cerrada en
una mueca de silencio comunica el agotamiento que supone decir y que sólo oigan
lo que quieren oír. Lástima no poder hacer lo mismo con los oídos para restringir
el paso de palabras desvirtuadas, con sus miles de connotaciones arbitrarias.
Falsas e incomprensibles.
Mientras,
sin embargo, los ojos ven: no pueden parar de ver, causando probablemente todas
esas sensaciones. En vez de contemplar amaneceres y puestas de sol, los tenemos
como testigos de nuestra decadencia. Como, además, tenemos miedo a llorar, la
toxicidad de lo que nos llega se queda y se suma a la que vendrá después.
Es,
como poco, chocante: en efecto, no nos acostumbramos a llorar, pero sí nos
acostumbramos a oír decenas diarias de sirenas de ambulancias, bomberos o
policías. Le tenemos más miedo a una patata frita que al terrorismo. Vemos
inmundicia e indigencia y nos apenamos por ello, cuando seguramente el pobre
sienta aún más pena por nosotros.
Estamos
siempre a la defensiva, porque nos dijeron que era mejor atacar que ser
atacado. Claro, qué esperar de una raza que lleva milenios matándose en
guerras, y hoy por hoy se esfuerza en poder alargar tan coherente hábito.
Sustituimos
en lugar de superar; huimos en lugar de afrontar. Competimos por saber quién de
nosotros elude mejor sus responsabilidades y carga a otros las culpas de forma
menos notoria.
Catalogamos
de valor cualquier imbecilidad que sobrepase el escaso límite necesario para
convencernos y lo elevamos a máxima.
El
prejuicio es nuestro primer instinto y el perjuicio su eventual consecuencia.
Es
insultante lo gratis que se pide perdón o se dice “te quiero”.
Automatizamos
la sonrisa en vez de sentirla, de dejarla volar.
Se
hace horriblemente duro tener los ojos abiertos, dado que cualquier atisbo de
esperanza se desvanece, y cualquier intento se ve frustrado.
No
hay voluntad de expresar las ideas y las opiniones porque el primer impulso es
descartarlas, desecharlas si son diferentes: nos hemos convertido en seres
maleducados, irrespetuosos e intolerantes, y no tenemos ni idea de lo que
significa de verdad la igualdad. Nos ofendemos constantemente.
Y
mires donde mires está. Nos rodea. No hay pureza, no hay autenticidad, ni
integridad, ni honestidad. No hay coraje. Estamos destinados a la putrefacción,
y con los años hemos logrado adelantar, cada vez más, ese momento. Lo que yo
veo entre nosotros y en nosotros es veneno y vacío; es autodestrucción.
Levántate
cuando caigas, te dicen, levántate cuando caigas.
No
me impulsan a ello, no puedo hacerlo, es osado que se crean ejemplo.
Tú y yo hemos hablado infinito del tiempo. De la falta que hace, de lo rápido que pasa, de sus ritmos, de lo que nos quita y de lo que nos da. Te escribí en tu carta el poder que tiene. Y ahora te escribo lo bien que lo aprovechas.
Incluso a través de una pantalla, es un honor verte crecer día tras día. Tus reflexiones, tu forma de hablar, tus pensamientos, todo lo que me llega de ti, es cada vez más maduro y demuestra más experiencia. Todo lo que pasa por ti, cada vez, va convirtiéndose en una idea humana, razonable, cálida y adulta, pero sobre todo extraordinaria.
Son dieciocho años ya, y sólo he sido testigo del último. Sí, te escribí en tu carta el poder del tiempo. Muy pocos saben aliarse con él. Pero tú, saltamontes, debes de ser su maldita mano derecha... Con lo que tardé yo en pensar como tú, en llegar a tus conclusiones, y en tener el valor y la fuerza de, al final, convencerme de que siempre hay un lado positivo, razones para seguir y apuntar bien alto... Qué jodido es. Y qué increíble resulta que tú lo hagas SIEMPRE.
Dieciocho años de aprendizaje, de camino empedrado y cuesta arriba, y esto no ha hecho más que empezar a ponerse interesante. Siempre he pensado que la vida le pone las pruebas más difíciles a los más fuertes. Y tu historia tiene de sencilla lo que yo de bailarina de clásico. Por nada del mundo me pierdo tu proyecto persona. De los mejores que me he encontrado en mi vida.
Maybe sometimes we've got it wrong, but it's alright.
The more things seem to change, the more the stay the same...
You're gonna find yourself someway, somehow.
Nunca olvidaré el día que me dedicaste Iris en la radio. El tío incapaz de pronunciar captain cupcake, y a mí me la churra porque no puedo dejar de sonreír, con lo que me suele enervar el tema del inglés. En ese momento me di cuenta de lo que valías. Y en realidad no tenía ni idea de que ibas a seguir sorprendiéndome día tras día. Estoy contigo y te quiero. En ninguno de los dos casos tengo elección; es de las pocas veces que no soy libre y no es una carga, sino una bendición del cielo. Eres un ángel Mónica, y te lo tienes que creer. Mi cielo, ten claro que junto mis próximos años a los tuyos, que te acompaño a partir de ahora en tu camino, tiremos hacia donde tiremos, y que voy a ser tu trampolín, de la misma forma en que tu eres el mío.
He leído por ahí que entre Montréal y Madrid hay 5535 kilómetros de distancia. Pero sé que no es verdad porque, cuando quieres a alguien, lo cierto es que las distancias se desvanecen.
Cuánta verdad en estas palabras... He tenido tiempo para experimentarlo, pero sobre todo, tengo personas que me lo han mostrado, y una de ellas sin duda eres tú, mi Pepe.
Mi padrino consorte, mi compañero, mi amigo, mi familia. Echo de menos escuchar durante horas tus historias, pero sobre todo, echo de menos encontrar en ti comprensión, ver tu humanidad, y cómo superas tus inseguridades y miedos, y te haces el mejor Pepe posible.
Eres un luchador, Pepe, y tienes mi respeto, mi orgullo y mi admiración. No hace falta decir que tienes también mi cariño y mi amor, si bien lo añado para que quede constancia. Y porque siempre es agradable verlo.
Como en su día te dijeron, "aquí a Lina la queremos mucho", y quitando ya el tono amenazador, te unimos a ese "queremos". Has entrado por la puerta grande a este núcleo y te has llevado el mejor premio. Porque resulta que te lo mereces.
Espero que disfrutes mucho de tu día, y no veo el momento de reunirme de nuevo contigo, para celebrar mi cumpleaños, el tuyo, las fiestas de navidad y, por qué no, la vida, y lo estupendos que somos. Porque esto suerte no es. Esto te lo has ganado, Pepe. Molas.
Hoy mi Elenius se hace un año más mayor. Y como ocurre desde hace millones de años, lo hace a mi lado. Porque estamos juntas aunque no lo estemos, y eso será siempre así.
Los recuerdos más antiguos que tengo son contigo. De hecho, tardo infinitamente menos en contar los recuerdos que tengo donde no apareces que en contar los que sí estás. Porque más que una amiga eres una compañera de vida. Tú y yo somos un pack, pase lo que pase. Estamos juntas en lo bueno, lo no tan bueno, lo malo, lo horroroso, lo estupendo, lo asqueroso, lo increíble, lo extraño, lo negro, lo blanco y toda la escala de grises. Porque estamos juntas siempre, y lo estamos porque así lo queremos y necesitamos. Somos compañeras de vida. ¿Qué haría yo sin ti?
He de admitir que ahora es distinto, porque estamos juntas pero lógicamente no puede ser lo mismo. Y me faltas cada día para todo lo que hago. Pero yo creo que esto nos va a hacer más fuertes. Y pienso que nos estamos demostrando que podemos ser más increíbles juntas, si cabe.
Con 21 años notarás cómo seguimos creciendo, madurando, ahora de una forma más pronunciada, y cómo toca reflexionar mucho más cada cosa y ser más responsable. Todos vamos cambiando según crecemos, pero como he dicho hay algo que va a estar siempre igual en tu vida, y es que no te vas a librar de mí jamás. Sabes que no voy a dejar que alguien con tu corazón y tu alegría se me escape. Sabes que te necesito. Y por supuesto sabes que te quiero con locura. Que somos familia.
Estoy contigo pase lo que pase. Te quiero mucho, mi Elenita.
When the evening shadows And the stars appear And there is no one there To dry your tears I could hold you For a million years To make you feel my love
Tengo 21 años y un día, y llevo diciendo como unos dos años que quiero ser madre. Pero que lo quiero ser ya. Que tendría un bebé ahora mismo si pudiera. Cuando cuento esto, la reacción normalmente es de sorpresa o de espanto, lo cual es comprensible.
Sin embargo se lo dije a mi madre y ella sólo me aconsejó, con toda la tranquilidad del mundo, que esperara un par de años a acabar la carrera; ella se pre-jubilaba y así cuidaba de mi bebé. Es decir, para nada le extrañó que quisiera ser madre ya, y de alguna forma me dio la sensación de que le pareció hasta bien. Tendrá casi las mismas ganas que yo de que ronde un bebé por la familia.
Sabéis que estoy completamente loca, así que esto no os extrañará tanto. Ya os he contado que para mí la locura es salud mental. Si no seguro que lo veis de otra forma leyendo la felicitación de mi mamá. Puede que algún día mi bebecito cumpla años a 5000 y pico kilómetros de mí, pero yo le recordaré como una bolita en mis brazos, y espero que él piense en mí como yo he pensado en mi mamá el día de mi cumpleaños (y el resto de días).
Y es que yo quiero ser madre por cosas así. Por tener un bebecito que cumple 21 años, y todavía recuerde exactamente lo que pasó el día que esa cosita preciosa, esa vida que se creó en mis entrañas, yació en mis brazos por primera vez.
Te quiero mucho, mamá.
ALMU
Hola hija, te quería felicitar a las 6 en punto que es día 23 en Montreal. Ahora, te mando un correo mucho más largo.
Supongo que te lo habré contado un millón de veces, pero aquí va la 1.000.001 ..
Eras la niña más bonita del mundo cuando naciste. Con muy poco pelo, y el que tenías era blanco. Tu carita era como una manzanita. Eras muy grande y tenías las manos más bonitas que he visto en un bebé.
Los pies, ya lo sabes, eran como las manos, largos y muy delgados. Hizo tanto frío que tu tío Pepe se tuvo que volver de Navarra porque no podían aguantar en los puestos de la montería.
El que más alucinado estaba era tu hermano. No sé qué pasaría por su cabeza. Tenía 4 años, y hablaba de todo, menos de lo que sentía.
A Geni se lo llevaron al nido, pero en La Milagrosa no. Desde el principio estuviste con nosotros. Solo te llevaron para hacerte el agujero de los pendientes. Llegó una monjita y nos lo dijo. Nos pareció estupendo. Cuando volvió dijo que no habías llorado nada.
Es decir, te acompañan esos agujeros desde hace 21 años.
Vino a verte todo el mundo. Tal vez el que más tardó fue el abuelo Eugenio. Después nos enteramos de que era porque un amigo suyo estaba muy enfermo.
Unos meses antes había nacido María, toda morena. La verdad es que no parecías hija mía. Rubia, blanquísima, igual que tu padre.
Y eras grande, muy muy grande. Larga como un día sin pan. Medio centrímetro más larga que Geni cuando nació. 53 centímetros. Todo un record para una ochomesina.
Es el primer cumpleaños que no te veo. Creo que en todos hemos estado contigo, porque, cuando cumpliste 17 años, que jugaste en Medi, también fuimos con vosotras. Os dieron una soberana paliza, pero ... Te acuerdas que la Valdi iba con muletas.
Ahora también estamos contigo. Toda mi energía va hacia ti, para que nos sientas junto a ti.
Nos sigue una sombra. Nuestra oscuridad. Puede ser la luz a veces, cuando la verdadera luz ciega. Cuando hacia atrás es hacia adelante y te miran a los ojos mientras das la espalda.
Nuestros demonios también nos llevan. Y nos colocan donde nos toca estar; sólo hay que saber verlo una vez han cumplido. No creo que exista el demiurgo, pero si me equivoco, es sabido que no hace las cosas perfectas. Eso depende de cada uno.
Un cuerpo enterrado que sigue andando puede moverte parado. Incluso puede que te haya evitado una tormenta peor. Por las venas corre la sangre, y la nariz llena de aire los pulmones. No hace falta ser consciente; pies en el suelo sin saber qué está cruzando la cabeza. Vacíos no llenan vacíos. Huella deja si pesa. Lo bueno siempre tiene un final. Lo malo nunca llega a empezar.
Esa pausa contempló la estampa desde una distancia invisible que en realidad era infinita. Se puede estar sin estar. Se debe, a veces. Cuando el silencio resulta ser la mejor opción. Cuando es difícil que no funcione un techo, igual que del suelo no te puedes caer.
La grandeza es el tamaño que se ve con los ojos del principito. Unos miran y otros ven. Un corazón que late no equivale a un corazón vivo. Nunca hay que olvidar que el calor llega cuando hace mucho frío; cuando la mano anciana me agarró el hombro y me susurró que aguardara. Después señaló en la dirección contraria al dedo de Colón. Hay transparencias opacas. Hay música que no se oye. Hay vivos muertos. Y hay muertos vivos. Pero tú eres el mapa del camino. Tú decides los conceptos.
Dale el poder a tus fantasmas. O a tus ángeles de la guarda. Dáselo a lo tuyo, y sé tu dueño. Elígete. Elígete. Gana perdiendo. Y si te pierdes, gánate. "Siempre gana el mejor." ALMU
Mi abuelo. Y su mano, siempre congelada, agarrada a la mía. Me ayudaba a cruzar la calle.
Mi guardián.
Sólo me daba la mano para cruzar.
Siempre me daba la mano para cruzar.
Su mano, sus manos, son su herencia en mí. Las que manipulaban las cartas en el solitario que le caracterizaba, que le colocaba de espaldas a un mundo que ojalá me pudiera explicar. Las que encendían sus puros o sostenían su whisky. "Tienes las manos de tu abuelo", y aunque me lo repitan miles de veces, y aunque su rasgo en mi memoria es el frío, a mí me invade la calidez de su recuerdo.
Tengo grabado un sueño. Había una casa entre algunos árboles, muy verdes y frondosos, levantada a una altura considerable, con un porche de madera, no muy grande. El mar, que golpeaba las paredes de un acantilado, se encontraba unos metros más adelante de la casa. El cielo estaba un poco gris. En el porche había una mesita alta y una mecedora.
Le veo muy claramente, ahí sentado, leyendo el periódico. Me sonríe. Está muy pálido. Por primera vez, le miro y no siento ganas de llorar, sino de sonreír, sonreír mucho. Lo hago, nos abrazamos y besamos en las mejillas. Me llama "reinita" y me dice que desde allí no pierde de vista esa mochila azul que llevo siempre a la espalda.
Desde allí. Supongo que ahí es donde le creo ahora. Supongo que no había forma de mejorar lo pasado. Me he dejado esa mochila en España, pero procuro llevar siempre algo azul para que pueda vigilarme, y asegurarse de que estoy bien. Mi guardián. Sabrá reconocerme sin ella. ¿No? ALMU
Por favor, por mi hermano y por mí. A todos aquellos que pueden seguir yendo a comer con sus abuelos el domingo. Tenéis un tesoro: valoradlo.
Hace tiempo, tuve la suerte de ver el documental "Los olvidados de los olvidados", a raíz de la recomendación que me dio la mujer que me salvó, y me salva.
Me ha marcado de por vida, por la mezcla de sensaciones que me generó y la fuerza y la potencia con que me impactó.
Cuando estaba terminando de verlo, sin ser realmente consciente de lo que estaba viendo, rompí a llorar. Entonces me di cuenta de lo que me pasaba: mientras la pantalla me mostraba gente encadenada, siendo matada de hambre, discriminada por sus propios padres, ignorada, incomprendida, efectivamente olvidada (tanto por el resto de gente de su propio país como, por supuesto, del resto de países), yo acababa de hacer un examen aquel día.
Un examen sobre derechos fundamentales, entre ellos, en concreto, el derecho a la vida y a la integridad física, directamente vinculados con la dignidad humana y, por tanto, de los que es titular toda persona por el simple hecho de serlo. Un examen sobre la prohibición de la tortura y su calificación como único derecho absoluto, de manera que no cabe excepción EN NINGÚN CASO a esta prohibición.
O estallaba en una gran carcajada, o sucumbía a la pena.
Tal y como dice el personaje central del documental, Grégoire Ahongbonon, hombre cuya calidad humana es incuestionable y admirable, "cuando oigo derechos humanos, digo que es pura comedia". Él optó por la carcajada. Y por hacer todo lo que esté en su mano para cambiar la situación.