miércoles, 3 de diciembre de 2014

ACCIÓN. REACCIÓN.

Los pies visten calzado de cemento.
Las piernas están cansadas de sostener un cuerpo lleno de vísceras y sangre de mala calidad, harto de tener la respuesta y ser desoído, maltratado y fustigado por no responder al estereotipo establecido –obligado, de alguna forma-, reducido, por causa de la desesperación y la falta de tiempo, a mero motor de la acción física.
Las manos bailan cerradas en un puño que clama venganza y, a la vez, desea agarrarse a cualquier soporte cercano. Pero la cabeza no entiende que ambas pretensiones son incompatibles, porque falta el caso a los dedos, que pareciendo insignificantes, son quienes tienen la salvación; dedos que señalen el camino hacia la salida, que compongan la melodía en la flauta invisible que guíe a las ratas fuera, tal y como en aquel cuento infantil (como si la vida pudiera tratarse de un cuento).
Y esa piel que se cae a cachos, ya que apenas hay fuerza en este cuerpo marchito siquiera para sostenerla a ella.
El pecho oprimido, aplastado, engañando a través de esa voluptuosidad, puesto que en realidad está vacío porque no ama, atravesado por una ráfaga de viento que lo empuja, cada vez más fuerte, hacia dentro, a esconderse tras la caja torácica que acogerá la piedra gélida en que termina convirtiéndose el corazón.
Se han ido las ganas de hablar, pero no las de transmitir, y esa boca cerrada en una mueca de silencio comunica el agotamiento que supone decir y que sólo oigan lo que quieren oír. Lástima no poder hacer lo mismo con los oídos para restringir el paso de palabras desvirtuadas, con sus miles de connotaciones arbitrarias. Falsas e incomprensibles.
Mientras, sin embargo, los ojos ven: no pueden parar de ver, causando probablemente todas esas sensaciones. En vez de contemplar amaneceres y puestas de sol, los tenemos como testigos de nuestra decadencia. Como, además, tenemos miedo a llorar, la toxicidad de lo que nos llega se queda y se suma a la que vendrá después.
Es, como poco, chocante: en efecto, no nos acostumbramos a llorar, pero sí nos acostumbramos a oír decenas diarias de sirenas de ambulancias, bomberos o policías. Le tenemos más miedo a una patata frita que al terrorismo. Vemos inmundicia e indigencia y nos apenamos por ello, cuando seguramente el pobre sienta aún más pena por nosotros.
Estamos siempre a la defensiva, porque nos dijeron que era mejor atacar que ser atacado. Claro, qué esperar de una raza que lleva milenios matándose en guerras, y hoy por hoy se esfuerza en poder alargar tan coherente hábito.
Sustituimos en lugar de superar; huimos en lugar de afrontar. Competimos por saber quién de nosotros elude mejor sus responsabilidades y carga a otros las culpas de forma menos notoria.
Catalogamos de valor cualquier imbecilidad que sobrepase el escaso límite necesario para convencernos y lo elevamos a máxima.
El prejuicio es nuestro primer instinto y el perjuicio su eventual consecuencia.
Es insultante lo gratis que se pide perdón o se dice “te quiero”.
Automatizamos la sonrisa en vez de sentirla, de dejarla volar.
Se hace horriblemente duro tener los ojos abiertos, dado que cualquier atisbo de esperanza se desvanece, y cualquier intento se ve frustrado.
No hay voluntad de expresar las ideas y las opiniones porque el primer impulso es descartarlas, desecharlas si son diferentes: nos hemos convertido en seres maleducados, irrespetuosos e intolerantes, y no tenemos ni idea de lo que significa de verdad la igualdad. Nos ofendemos constantemente.
Y mires donde mires está. Nos rodea. No hay pureza, no hay autenticidad, ni integridad, ni honestidad. No hay coraje. Estamos destinados a la putrefacción, y con los años hemos logrado adelantar, cada vez más, ese momento. Lo que yo veo entre nosotros y en nosotros es veneno y vacío; es autodestrucción.
Levántate cuando caigas, te dicen, levántate cuando caigas.
No me impulsan a ello, no puedo hacerlo, es osado que se crean ejemplo.
Llevamos siglos tirados en el suelo.
                                                                       ALMU

                                                                       6 de abril de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario