En "El curioso caso de
Benjamin Button" se escucha esta frase:
La vida
no se mide en minutos, sino en momentos.
Yo
entiendo esos momentos como los que se te graban en la mente para siempre, los
que te ponen la piel de gallina, los que aceleran el ritmo del corazón y los
que te hacen pensar "esto se lo contaré a mis nietos". Cuando
tiemblas, cuando no controlas tu risa o tus lágrimas, cuando parece que no hay
suelo bajo tus pies, cuando sientes que flotas... como en la piscina.
Poca
gente sabrá de lo que hablo, pero quien lo haga probablemente sienta la
necesidad de dar las gracias por el puto momento en que se le ocurrió apuntarse
a waterpolo. Ese bendito
momento, que traerá todos los que miden su vida y la medirán.
El primer
día que llegas a la piscina no te figuras lo que vas a sufrir, lo que te va a
doler, el frío que vas a pasar, lo que vas a llorar, lo que te vas a cagar en
todo, lo que cansa, los gilipollas que te vas a encontrar, lo que pica el
odioso cloro y lo aburridísimo que puede llegar a ser nadar (el waterpolista
jamás entenderá cómo a la gente le puede gustar...).
Tampoco
te imaginas lo muchísimo que te vas a reír, los sitios que vas a conocer, lo
fácil y rápido que te vas a acostumbrar, las personas magníficas y
extraordinarias con quienes tendrás el lujo de compartir aunque sea un
instante, lo grande que te vas a sentir, lo que desestresa chutar, lo
placentero que puede llegar a ser escuchar "fuera gafas", lo que vas
a disfrutar aprendiendo de quien sabe y de quien no, y lo que lo vas a echar de
menos y lo vacío que te vas a sentir cuando te falte.
Jamás se
te ocurriría que este "deporte" te enseñaría lo que es el compromiso
natural, instintivo, que a veces roza el masoquismo. La de veces que te vas a
plantear dejarlo y la de veces que te vas a contestar: "no te lo crees ni
tú; ¿qué mierdas eres sin
waterpolo?".
Pues eso
eres, un mierdas. Porque este "deporte" nos ha hecho, nos ha
construido y nos ha quitado la vida para dárnosla de otra forma. Nuestra
personalidad, nuestras reacciones, nuestra manera de emprender cualquier tarea
está determinada porque el waterpolo nos ha enseñado que te van a llover palos
por todos lados y lo que hay
que hacer es seguir de pie, luchar porque no te den, o porque, aunque te den,
no te caigas, y que pase lo que pase, llegues a tu meta, porque si quieres, si
te esfuerzas, puedes. Siempre.
Hemos
aprendido que el éxito cuesta, pero que no es inalcanzable. Porque sabemos en
qué consiste de verdad el éxito. Nos ha inculcado como valores esenciales la
constancia y el sacrificio, y por eso no nos cabe en la cabeza salir a la calle
y encontrarnos tanta falta de ambición, de lucha y de pasión.
Cada sensación se multiplica por mil, y aunque un fallo sepa a fracaso amargo y doloroso, nos recuperamos ipso facto y vamos como locos a redimirnos, porque de la misma forma, un simple acierto nos sabe a deliciosa gloria. Y eso viene de tanto esfuerzo. Es el claro ejemplo de las segundas oportunidades: hemos aprendido por experiencia que, la mayoría de las veces, el cuándo es el final depende sólo de ti mismo; el momento en que algo acaba lo eliges tú.
Muchas
veces queremos rendirnos, muchas veces es realmente insoportable tener que
esforzarte tantísimo con tan poca recompensa, si es que la hay. Hasta que nos
acordamos de que la recompensa está en ese sacrificio que somos capaces de
hacer día tras día. Y entonces nos
sentimos como héroes.
No es
hacer ejercicio. No es un hobby. No es sólo un deporte.
Es la
base, es nuestra esencia. Lo que llevamos allí donde vamos porque es lo que
somos. La sangre que corre por nuestras venas.
Nuestra galaxia, nuestra droga, nuestra perdición.
ALMU
If it makes you lose
yourself, then it's worth it.
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