Felicitar el año nuevo es tradición, y no está de más, pero este fin de año podemos intentar ser conscientes de una cosa: en realidad cada día es único e irrepetible. Cada instante no volverá a suceder jamás. No deberíamos necesitar una fecha clave en el calendario que nos recuerde que el tiempo pasa y que no deberíamos echarlo a perder. Enero es el mes de los propósitos y sin embargo nada impide que emprendamos nuevos retos en mayo; igual hasta sí los cumplimos.
Recordemos que nunca habrá otro 2014, pero que tampoco habrá ningún otro 31 de diciembre de 2014, ni de 2015, ni de cualquier otro día específico de cualquier otro mes concreto en determinado año.
No nos vamos a acordar todos los días, pero no estaría mal levantarnos cada mañana y pensar: "este hoy es único, así que este hoy es especial y, por ello, voy a intentar ser el mejor yo; voy a intentar ser feliz". Y probablemente lo seamos. Este tipo de cosas son el camino y no la meta, de modo que intentarlo, y no el hecho de llegar, es conseguirlo.
Yo no os deseo un feliz 2015, sino que deseo que cada día de los días que nos quedan seáis el mejor vosotros que podáis, y que eso os haga felices. Que esa confianza en la vida y ese pensamiento optimista os lleve a la "simple tontería" de sonreír, y con ello el mundo parezca un sitio más acogedor, más humano. En fin, un lugar mejor.
Felices días.
Feliz vida.
The fundamental things apply as time goes by...
And when two lovers woo they still say "I love you", on that you can rely. No matter what the future brings as time goes by.
El ambiente se reseca y el frío se apodera del aliento. La sangre está pensando, y el poco aire que le llega es tan gélido que la colorea de temor. Si antes recorría vías claras de manera sistemática, ahora le cuesta salir del corazón, sin saber adónde va. Un corazón arrítmico, rebelde y esclavo. “Dónde esta, dónde está” es todo lo que retumba en su seno. “Qué hago, qué hago” es todo lo que se deja pulular por esa mente en blanco que dejó de ser capaz de razonar, desde que entró por la puerta.
La realidad se distorsiona: la rectitud de las paredes baila, los sonidos se aclaran, el suelo tiembla y el aire pesa. Las palabras se amontonan en mi boca y mis ojos se pierden en la neblina que domina el momento. Hay agua por todas partes, y aún así rodea un completo desierto. Un desierto sin arena, vacío de vida y lleno de preguntas, empapadas de duda y de cuestionable determinación. “Hacía dónde voy” se dicen los ojos, que desean evitar esa luz.
Fue cuestión de un momento, un simple instante. Al final siempre se trata de eso. Uno, dos segundos claves en que la percepción del mundo cambia radicalmente. Uno, dos segundos que lo cambian todo. La forma que tuvo de girarse, cómo pronunció esa palabra, el gesto que hizo con la mano o cómo te miró.
Y entonces los días empiezan a vaciarse y las noches a llenarse. Llega el olvido de la mano de la obsesión, el miedo de la mano de la esperanza y la preocupación de la mano de la fuerza. Te miras en el espejo y reconoces al ser más desgraciado del mundo, capaz de hacer cualquier cosa, lo que sea, cuando sientes sus ojos sobre ti. Ese pobre y asqueroso espectro podrido al que le han salido alas desde que tuvieron lugar esos uno o dos segundos.
Juro por Dios que cuando sonríe el mundo se para en seco. Y mi mundo se convierte en el suyo. Se convierte en él. Las dificultades se desvanecen porque pocas cosas empiezan a importar ahora. Hoy sólo quiero saber por qué brilla el sol, por qué me duele el alma, por qué no puedo elegir y por qué él y no yo.
Aún es pronto para pronunciarse. Pero aún es tarde. Ahora es tarde. Porque ya llegaron las preguntas, y siempre que hay una interrogación el instinto va a buscar, hasta quemarse, un punto y final.
La unión está en la diferencia que se complementa. Si tienes esta sensación, es porque has encontrado lo que te completa. Lo buscaras o no, prepárate, porque ha llegado el momento en que te vas a destruir día tras día hasta quedar en polvo, sólo para que cuando por fin consigas perder la consciencia aparezca su imagen en tu cabeza y te recuerde por qué de pronto tienes esperanzas de un mundo mejor. ALMU
¿Sabes lo
que es el autismo? ¿Conoces a alguna persona que lo padezca, ya sea autismo en
sí o trastornos similares?
Independientemente
de que tu respuesta a cualquiera de las dos preguntas, o a las dos, sea sí o
no, seguro que en esta entrada o en lo que te voy a recomendar con ella, te
toparás con algo que te interese, o que te deje con la boca abierta.
Documental
"El laberinto autista", de Documentos TV.
Todos
deberíamos, al menos, tratar de conocer qué significa realmente padecer estos
trastornos, y qué implicaciones conlleva. La desinformación generalizada acerca
de estos temas no crea sino un temor y un miedo absurdo fundado en el propio
desconocimiento hacia estas personas.
Que son eso,
personas. En muchos casos, más personas incluso que quienes no tienen
diagnosticado ningún trastorno. Concretamente y sobre este mismo punto, creo
que es muy ilustrativo el minuto 48'10", cuando un chaval de 11 años que
tiene Asperger, habla un poco sobre sus compañeros de clase. La mente lógica
que tienen ellos les lleva muchas veces a unos razonamientos que, sinceramente,
deberíamos saber hacer los demás. Yo tampoco entiendo la broma, ni le veo la
gracia Alberto...
Como siempre digo, si tienes un rato, échale un vistazo a este documental, que seguro te
acerca un poco más a cómo viven y cómo se sienten estas personas. Sin duda,
creo que no somos conscientes de lo muchísimo que podemos aprender con ellos,
ni somos conscientes tampoco de lo felices que podemos ser a su lado.
"Sí que sabe cuando quiere
que le den un achuchón."
Marina Prieto, madre de Adrián,
autismo severo, 8 años.
"Es muy inflexible. Él, si
quiere jugar a una cosa, tiene que jugar a lo que él quiera, como él quiera con
las normas que él quiera. Entonces, claro, la relación con los demás se
complica cuando las cosas tienen que ser siempre como tú quieras."
Almudena Prieto, madre de Sergio,
autismo leve, 12 años.
"Tuve muy claro desde el
principio que, una vez que conocí de verdad el síndrome, Virginia moriría con
él. Tenía que darle la mayor calidad de vida. Tuve clarísimo y mi familia
también que teníamos que adaptarnos nosotros a Virginia, y no Virginia a
nosotros."
Benito Junoy, padre de Virginia,
autismo severo, 44 años.
"A mí me resulta más
difícil, con un niño, hablar un rato y entender bien, entenderle bien, que, por
ejemplo, saber qué pasa en una fisión... Me parece más difícil entender al niño
que eso."
Alberto, síndrome de Asperger, 11
años.
"Me cuesta mucho mantener la
mirada en los ojos de una persona cuando me habla, siempre se me va la mirada a
otro sitio. Después entender bromas, me gastan una broma y no sabría decir si
me lo dicen en serio o con mala intención. Yo eso no se verlo aunque me
esfuerzo por aprenderlo."
"Con la gente, su nivel
comunicativo es muy rápido y no siempre me da tiempo a captar lo que están
hablando."
"No me gusta el contacto
físico... Intento superarlo como puedo."
Cristina, síndrome de Asperger, 19
años.
"Se dice de las personas con
Asperger que son expertos en inteligencia física e inhábiles en inteligencia
social. [...] Junto a todo esto también hay dificultades de aprendizaje. No por
ser inteligente no hay dificultades de aprendizaje."
Juana María Hernández, psicóloga.
Cierro esta
entrada con una cita de un libro que narra, en primera persona, una historia
sobre un chico que padece autismo: "El curioso incidente del perro
a medianoche", de Mark
Haddon. El autor hace un buen trabajo poniéndose en la piel del protagonista,
Christopher, y emula bastante bien lo que se entiende que significa padecer el
trastorno.
"Puedes seguir deseando algo
por muy improbable que sea."
“La medición del tiempo
como necesidad pasó a ser una obsesión, y Cronos, con su ojo redondo con un
mallo clavado en el centro, llegó a ser, y aún sigue siendo, el gran vigilante
de las acciones humanas. El viejo dios que se come a sus hijos, el dios vicario
de una razón condenada a la infancia sigue teniendo tal importancia que se ha
convertido en el oculto enemigo de todos. Todos luchan contra él, mientras el
viejo invento de rostro borroso sigue mirando a Urano, haciendo latir
rítmicamente un corazón de polvo de estrellas.”
49 respuestas a la aventura del pensamiento, Eduardo Pérez de Carrera.
Si actualmente tendemos a convertir “necesidades” en
obsesiones, en el caso del tiempo
este hecho es cuanto menos notorio. Todo tiene una hora, una planificación o un
programa. Esto no es algo malo, no si se trata de usarlo en ciertos aspectos
que sí necesitan ser planificados.
Sin embargo, la obsesión por el tiempo nos está llevando a estructurar
absolutamente todo en base al reloj y, lo que es peor, al calendario. Nuestro
futuro, ergo nuestra vida, la estamos planeando, de manera que nuestro presente
consiste únicamente en el nexo entre pasado y futuro. Esto es, el ahora lo
vivimos tratando de encajar lo que hicimos ayer con lo que tenemos que hacer mañana.
Pero… ¿y nosotros? ¿Y nuestro cuerpo? ¿Y el “me
apetece”? ¿Y el “quiero”? Esta obsesión por el tiempo se traduce en una
obsesión por controlar absolutamente todo lo que nos rodea y lo que nos
rodeará. ¿Nadie más ve que es sencillamente imposible conseguir eso? ¿Nadie ha pensado que la frustración de no
alcanzar los horarios marcados y los planes establecidos es inevitable? No
podemos saber si no habrá interferencias en nuestros caminos, ya sean externas,
ya sea que no puedes terminar ese proyecto importantísimo porque te apetece darte una maldita vuelta, que nos impidan cumplir con esos “objetivos”.
La única forma de evitar esa impotencia y esa
frustración es eliminar el horario, el plan, la obligación que nos ponemos a nosotros mismos. El “take it easy”. La
planificación es necesaria cuando tenemos que hacer algo que no nos apasiona,
pues necesitamos una ayuda para ponernos con ello. El problema está ahí:
¿cuándo fue la última vez que hiciste algo que te apasionaba? ¿Cuándo fue la última vez que una tarea te
tenía tan absorto que no querías mirar el reloj, porque simplemente el tiempo
no parecía pasar?
“A veces el hombre se complace en la búsqueda de
sufrimiento mientras manifiesta su risa en la contemplación mezquina del miedo
ajeno. Y no pregunta el secreto del ruido que provocan los miedos. Pedid al ego
viejo, tantas veces enfermo, que os cuente a través del humo de un fuego apagado por qué asustan
los cuentos de encuentros del tiempo pasado con el presente.”
49 respuestas a la aventura del pensamiento, Eduardo Pérez de Carrera.
Las
piernas están cansadas de sostener un cuerpo lleno de vísceras y sangre de mala
calidad, harto de tener la respuesta y ser desoído, maltratado y fustigado por
no responder al estereotipo establecido –obligado, de alguna forma-, reducido,
por causa de la desesperación y la falta de tiempo, a mero motor de la acción
física.
Las
manos bailan cerradas en un puño que clama venganza y, a la vez, desea
agarrarse a cualquier soporte cercano. Pero la cabeza no entiende que ambas
pretensiones son incompatibles, porque falta el caso a los dedos, que
pareciendo insignificantes, son quienes tienen la salvación; dedos que señalen
el camino hacia la salida, que compongan la melodía en la flauta invisible que
guíe a las ratas fuera, tal y como en aquel cuento infantil (como si la vida
pudiera tratarse de un cuento).
Y
esa piel que se cae a cachos, ya que apenas hay fuerza en este cuerpo marchito
siquiera para sostenerla a ella.
El
pecho oprimido, aplastado, engañando a través de esa voluptuosidad, puesto que
en realidad está vacío porque no ama, atravesado por una ráfaga de viento que
lo empuja, cada vez más fuerte, hacia dentro, a esconderse tras la caja
torácica que acogerá la piedra gélida en que termina convirtiéndose el corazón.
Se
han ido las ganas de hablar, pero no las de transmitir, y esa boca cerrada en
una mueca de silencio comunica el agotamiento que supone decir y que sólo oigan
lo que quieren oír. Lástima no poder hacer lo mismo con los oídos para restringir
el paso de palabras desvirtuadas, con sus miles de connotaciones arbitrarias.
Falsas e incomprensibles.
Mientras,
sin embargo, los ojos ven: no pueden parar de ver, causando probablemente todas
esas sensaciones. En vez de contemplar amaneceres y puestas de sol, los tenemos
como testigos de nuestra decadencia. Como, además, tenemos miedo a llorar, la
toxicidad de lo que nos llega se queda y se suma a la que vendrá después.
Es,
como poco, chocante: en efecto, no nos acostumbramos a llorar, pero sí nos
acostumbramos a oír decenas diarias de sirenas de ambulancias, bomberos o
policías. Le tenemos más miedo a una patata frita que al terrorismo. Vemos
inmundicia e indigencia y nos apenamos por ello, cuando seguramente el pobre
sienta aún más pena por nosotros.
Estamos
siempre a la defensiva, porque nos dijeron que era mejor atacar que ser
atacado. Claro, qué esperar de una raza que lleva milenios matándose en
guerras, y hoy por hoy se esfuerza en poder alargar tan coherente hábito.
Sustituimos
en lugar de superar; huimos en lugar de afrontar. Competimos por saber quién de
nosotros elude mejor sus responsabilidades y carga a otros las culpas de forma
menos notoria.
Catalogamos
de valor cualquier imbecilidad que sobrepase el escaso límite necesario para
convencernos y lo elevamos a máxima.
El
prejuicio es nuestro primer instinto y el perjuicio su eventual consecuencia.
Es
insultante lo gratis que se pide perdón o se dice “te quiero”.
Automatizamos
la sonrisa en vez de sentirla, de dejarla volar.
Se
hace horriblemente duro tener los ojos abiertos, dado que cualquier atisbo de
esperanza se desvanece, y cualquier intento se ve frustrado.
No
hay voluntad de expresar las ideas y las opiniones porque el primer impulso es
descartarlas, desecharlas si son diferentes: nos hemos convertido en seres
maleducados, irrespetuosos e intolerantes, y no tenemos ni idea de lo que
significa de verdad la igualdad. Nos ofendemos constantemente.
Y
mires donde mires está. Nos rodea. No hay pureza, no hay autenticidad, ni
integridad, ni honestidad. No hay coraje. Estamos destinados a la putrefacción,
y con los años hemos logrado adelantar, cada vez más, ese momento. Lo que yo
veo entre nosotros y en nosotros es veneno y vacío; es autodestrucción.
Levántate
cuando caigas, te dicen, levántate cuando caigas.
No
me impulsan a ello, no puedo hacerlo, es osado que se crean ejemplo.